La tristeza junto a la alegría forman las dos caras principales de la moneda del sentimiento. Sin ella, no sabríamos diferenciar lo que nos hace felices de lo que nos hace añicos. Con ella, aprendemos a valorar más las cosas que nos hace sentir bien. Eso es lo que lo hace hermosa.
La melancolía sólo es una huella, una marca que nos recuerda una vez más lo que se siente al estar triste y, a su vez, la añoranza en base a un feliz y buen recuerdo. Un intento descarado de confusión.
La gente tiende a rechazarlas por sus correspondientes consecuencias negativas, pero no por ello las considero malas o innecesarias. Creo que cada una tiene su función que podrá hacernos bien o mal, pero nos aportará algo más importante que un resultado temporalmente anímico: experiencia.
Confieso que no me gusta sentirme de ninguna de las dos maneras pero, paralelamente, siento atracción por las cosas que las transmite (cosas, que no hechos). Por ejemplo: cualquiera que me conozca bien sabrá que adoro los cuadros de Eric Lacombe. Todas sus obras transmiten pena, tristeza, agonía, oscuridad o soledad; y posiblemente alguno se pregunte "¿Cómo te puede gustar algo así?". La respuesta es bien sencilla: El arte no sólo consta de cosas bellas o bonitas, las malas o tristes también merecen su hueco (sobre todo si la obra en sí está bien hecha) y esto es extrapolable a otros contextos. Creo que hay que aprender a valorar lo bueno y lo malo de cada detalle de nuestra vida, además de saber apreciar la belleza y significado que conlleva.
Por último, he de decir que, posiblemente, la empatía sea la gran influyente (en mi caso) de gustarme este tipo de cosas (no confundir con el hecho de que me pueda gustar vivir o presenciar sufrimiento o pena, eso no lo soporto).
Y bueno, adjunto una imagen de uno de mis cuadros favoritos del pintor ya nombrado, para que te hagas una cierta idea: