domingo, 12 de marzo de 2017

Nochebetes

Montaña difusa, vaivén anímico,
la excusa dejó al margen el sentido crítico,
la tontería del «todo es posible»
sin siquiera conocerlo en el mundo onírico.
El bucle incesante en su afán por contradecir,
la soledad abrazando cada atisbo de duda,
abrumando con su peculiar forma de transmitir
un grito ahogado mediante una voz muda.

El clima y el frío se unen a la fiesta oportuna
siguiendo la melodía de violines y un piano,
la armonía de las teclas conduciendo hacia la luna
perdiendo la vitalidad propia del ser humano.
El nimboestrato sabe lo que se avecina,
por eso ha venido a verme.
Cada oportunidad surgida se torna en neblina
y en vista del historial adquirido
prefiere adherirse como un germen
adelantándose a acontecimientos sufridos.

Pérdida gradual de luz,
ganancia lineal de frustración,
adquisición proporcional de convencimiento
y ausencia de realidad en el corazón.
La duda siempre haciendo mella
mientras procura evitar el desvanecimiento,
lazos cardíacos deshechos por la querella
forzando al sistema a cargar con su cruz.

El «estado de izquierdo» y su mal planteamiento,
las variables aleatorias perdiendo el norte,
la vida siempre con ganas de dar un escarmiento
al usuario que acaba recibiendo algún corte.
La penumbra contra el alumbrado,
una batalla basada en lo artificial
donde el ansia se ve del todo acostumbrado
y predomina la sequía en el Mediterráneo facial.
No obstante, resulta hasta cómico.
La carcajada fruto de la no-sorpresa
surge como un reflejo tan natural como único
abordando todo como una fuente de agua espesa.

Muelles dorados y abanicos de miel
sobre una vasija fina y resistente,
la estampa de la hermosura en forma de piel
y el conocimiento de un mundo diferente.
Pero este es el problema de la adicción,
siempre se tiene ganas de hallar un refugio
y, aunque sólo conozca datos de redacción,
el que diviso parece bello como un arpegio.

Llevar un timón inocuo en alta mar
queriendo corregir errores de otros navíos,
parece imposible al pretender navegar
siguiendo la ternura de una sirena,
hacia un lugar donde no se divisa arena
y empuja a contracorriente el viento frío.

Parece que la eternidad ha entrado en escena.