martes, 30 de diciembre de 2014

Carta sin destino: El retorno

A ti, que lees esta carta:

Sí, sé que escribí una carta como desenlace de mis viajes sin rumbo, pero la necesidad de seguir transmitiendo algo me invade. Al menos he conseguido salir del laberinto, aunque lo que lo rodea es un mar de árboles de gran espesura. No me quedaba otra que volver a probar suerte.

Tras varios meses de intensa búsqueda, por fin he conseguido fijar un rumbo. A pesar de la constante nevada, he descubierto un sendero que, por alguna razón, me resulta acogedor, como si fuera a liberarme de estas ataduras de una vez por todas si llegase al final, y es por eso que me dejo guiar por éste. Al fin y al cabo... es mejor que caminar dando palos de ciego.

Ayer de madrugada me topé con un cervatillo herido, moribundo, sin una madre que lo cuidara. Parecía desolado, como si no tuviera fuerzas para seguir luchando contra el frío invierno. Me acerqué e intenté localizar el origen de su hemorragia, pero el miedo del pequeño y el vendaval cubierto de copos de nieve no me permitían visualizarlo con claridad. Finalmente, opté por prestarle mi abrigo para que así no pasara tanto frío y lo tomé en brazos con el fin de encontrar a alguien que pudiera ayudarme a curarlo y cuidarlo. Y si no encuentro a nadie, ya me las apañaré para lograrlo.

La tormenta ha cesado, así que aprovecho para escribir este pequeño diario (o mesario; la verdad es que no llevo la cuenta de los días que han pasado). Ahora el cervatillo está descansando arropado por el calor de la hoguera que he preparado. He conseguido hacer un pequeño apaño para curar su herida (su pata izquierda trasera presentaba un desgarro considerable), espero que sirva para que pueda recuperarse poco a poco o, al menos, mantenerse estable. La verdad es que le estoy cogiendo cariño y todo. Creo que a partir de ahora lo llamaré Leo.

Realmente no sé ni por qué escribo estas cosas, supongo que por escepticismo, por pensar en la posibilidad de que alguien encuentre esto algún día y se ría de mi situación. En cualquier caso, me hace sentir mejor poder transmitir estos mensajes sin destinatario.

Espero poder volver a escribir pronto, de lo contrario mi cuerpo yacerá bajo la nieve de este frío sendero y, posiblemente, el de Leo también. Deséame suerte.

Un cálido abrazo,

Arthur Eddyknar.

domingo, 31 de agosto de 2014

La tristeza y la melancolía

Hace poco recibí una pregunta curiosa e interesante que decía: "¿Qué piensas sobre la tristeza? ¿Y la melancolía? ¿Y qué opinas sobre ellas? ¿Hay alguna sensación semejante que consideres que te agrade? ¿Por qué?‎". Una vez que la respondí, me gustó bastante cómo quedó y es por eso que lo comparto en este blog. La respuesta fue la siguiente:

La tristeza junto a la alegría forman las dos caras principales de la moneda del sentimiento. Sin ella, no sabríamos diferenciar lo que nos hace felices de lo que nos hace añicos. Con ella, aprendemos a valorar más las cosas que nos hace sentir bien. Eso es lo que lo hace hermosa.

La melancolía sólo es una huella, una marca que nos recuerda una vez más lo que se siente al estar triste y, a su vez, la añoranza en base a un feliz y buen recuerdo. Un intento descarado de confusión.
La gente tiende a rechazarlas por sus correspondientes consecuencias negativas, pero no por ello las considero malas o innecesarias. Creo que cada una tiene su función que podrá hacernos bien o mal, pero nos aportará algo más importante que un resultado temporalmente anímico: experiencia.

Confieso que no me gusta sentirme de ninguna de las dos maneras pero, paralelamente, siento atracción por las cosas que las transmite (cosas, que no hechos). Por ejemplo: cualquiera que me conozca bien sabrá que adoro los cuadros de Eric Lacombe. Todas sus obras transmiten pena, tristeza, agonía, oscuridad o soledad; y posiblemente alguno se pregunte "¿Cómo te puede gustar algo así?". La respuesta es bien sencilla: El arte no sólo consta de cosas bellas o bonitas, las malas o tristes también merecen su hueco (sobre todo si la obra en sí está bien hecha) y esto es extrapolable a otros contextos. Creo que hay que aprender a valorar lo bueno y lo malo de cada detalle de nuestra vida, además de saber apreciar la belleza y significado que conlleva.

Por último, he de decir que, posiblemente, la empatía sea la gran influyente (en mi caso) de gustarme este tipo de cosas (no confundir con el hecho de que me pueda gustar vivir o presenciar sufrimiento o pena, eso no lo soporto).

Y bueno, adjunto una imagen de uno de mis cuadros favoritos del pintor ya nombrado, para que te hagas una cierta idea:



martes, 26 de agosto de 2014

Ask Challenge: "ciervo", "cacahuete", "bucometasana", "pollo" & "chatarra"

Yo mismo realicé esta propuesta a varios amigos, pero una amiga mía respondió con un gif (una imagen animada). Acto seguido, ella misma me propuso el mismo reto, así que procedo a redactar mi respuesta.


Si tú respondes con un gif, ¿debería hacerlo yo también?

...

No lo creo.

Mi abuelo era de esos tipos que no se andaban por las ramas. Hablaba siempre sin tapujos para así evitar confusiones. No sabía lo que eran los gifs ni nada de eso, pero si los conociera seguro que diría algo semejante a esto:

- "Menuda gilipollez".

Solía ir de vez en cuando a cazar (más por hobby que por necesidad, la verdad), pero no cazaba jabalíes y esa clase de animales. Particularmente, a él le fascinaban los ciervos, por eso mismo siempre que salía de caza solía pasar dos o tres noches fuera, ya que el hábitat de estos majestuosos animales se encontraba lejos de su vivienda. Tal era su obsesión que intentó construir él mismo un ciervo con trastos y chatarra aparentemente inservibles, aunque por aquel entonces sólo era un deseo pendiente de verse realizado. Recuerdo aquella vez que me colé en su trastero y descubrí aquellas formas mecanizadas. Daba la sensación de haber estado practicando con diferentes formas basándose en otros animales, como cerdos, pollos o cabras. Molaba mucho, pero... daba algo de miedo.

A menudo, mi abuelo tendía a carraspear mucho y eso le irritaba bastante la garganta. Nunca salía de casa sin esas pastillas (Bucometasana creo que se llamaban). La verdad es que daba mucho apuro escucharle toser, daba la sensación de que estaba enfermo, pero esas pastillas le aliviaban. Puede que le hubieran generado una cierta adicción a ese producto, ya que estaba cegado por la aparente necesidad de consumirlo. Varios años más tarde fallecería por cáncer de esófago.

No llegó a terminar de construir aquel ciervo.

Y aquí estoy, sentado en unos escalones de mi casa, solo, comiendo cacahuetes, mientras recuerdo tristemente grandes momentos de mi infancia pasados junto a mi abuelo. Estoy seguro de que le habría encantado poder haber visto terminada aquella figura mecanizada, pero su enfermedad se lo impidió.

Creo que nunca había conocido a alguien con quien pudiera haber estrechado tanto mis lazos. Le quería muchísimo y es por eso que, en su honor, he tomado una decisión:

- Abuelo... Si sigues por ahí... Pronto verás tu deseo cumplido.

PD: Para aquellos que se lo planteen, es una historia inventada. Nada de "basado en hechos reales" xD

Ask Challenge: "Schrödinger", "milenarismo" & "esternocleidomastoideo"

A veces, en la red social Ask, se propone el desarrollo de historias donde aparezcan una serie de palabras concretas. En este caso, surge la propuesta descrita en el título de esta entrada. Vamos con ello.

- Oye Schrö, ¿sabes en qué consiste el "milenarismo"?

Schrödinger dudó por un instante. No había estudiado mucho la asignatura de religión el fin de semana, ya que estuvo trabajando en hipótesis que realizó meses atrás. Tras unos segundos, respondió:

- No lo sé, profesora.
- Bueno, no pasa nada Schrö, pero procura centrarte. En fin, ¿alguien lo sabe y quiere responder?
- ¡YO PROFESORA, YO!

- Estúpida Mónica, -pensó Schrödinger- siempre tan arrogante, queriendo demostrarle al mundo lo "lista" y perfecta que es. Lo mejor de todo es que, realmente, deja muuuucho que desear. La mayoría de las veces no tiene otra cosa mejor que hacer que molestar al personal, incluyéndome a mí.

Sonó el timbre del centro educativo, indicando que ya era hora de acabar las clases y volver a casa. Schrödinger recogió sus cosas y se dispuso a salir cuando Mónica se le acercó interrumpiéndole el paso.

- Vaya, Schrö, mira que no saber algo tan sencillo...
- Tenía asuntos mejores que atender.
- ¿Más que los estudios que te otorgarán un título que decidirá tu futuro? - Preguntó con desprecio.
- Ni que sirviera para algo esta asignatura.

Mónica se mantuvo expectante. Luego, respondió:

- Bah, seguro que ni siquiera sabes pronunciar una palabra complicada - Mónica realizó un gesto arrogante mientras se soltaba el pelo.
- ¿Qué palabra consideras complicada? - Preguntó Schrödinger algo alterado.
- Pues por ejemplo podría decirte "esternocleidomastoideo". ¡Uy! ¡Pero si ya lo he dicho! - Comentó antes de soltar una carcajada.

El odio de Schrödinger aumentaba cada vez más. No podía soportar el seguir tratando con esa malcriada, así que se le ocurrió un plan donde formular una teoría para un trabajo de clase con el que vengarse de ella.

- Oye Mónica, no estoy muy puesto en matemáticas, ¿quieres venir a mi casa y ayudarme? Seguro que se te dan genial.

Con nerviosismo y dejándose llevar por el narcisismo, Mónica aceptó sólo por no querer estropear su imagen de chica perfecta, pues realmente no dominaba del todo el temario que se impartía en clase.

- Está bien, si insistes...

Caminaron juntos hasta llegar al jardín de Schrödinger, donde éste decidió golpearle en la cabeza a su compañera de clase, dejándola en el suelo inconsciente. Schrö sonrió con malicia.

Al día siguiente, en clase de filosofía, Schrö expuso su trabajo de una forma relajada y confiada. Su proyecto consistía en una caja totalmente cerrada donde, aparentemente, guardó varios trastos para aprovechar su espacio y así poder simular que dentro de la caja hubiera algo, por ejemplo, un gato. Básicamente, explicó que nunca podría saberse si ese "gato" estaba vivo o muerto hasta volver a abrir la caja y, tras una relativamente extensa exposición, el profesor le felicitó y le invitó a volver a su asiento.

El duro trabajo por fin había dado resultado, y lo mejor de todo era que Mónica no estaba ahí para molestar. Bueno... En realidad sí que estaba allí.
Tras haber dejado a un lado su preciada caja y haber tomado asiento, susurró mientras acariciaba la caja:

- Gracias por la ayuda, Mónica.

jueves, 7 de agosto de 2014

Abstracción

Qué paz... Qué calma...
Ojalá pudiera pasar el resto de mis días aquí.
Puede que suene raro, pero... realmente adoro
la tranquilidad que me invade ahora mismo.
Aquí sólo reina el silencio, dulce y melancólico silencio,
un lugar donde olvidarlo todo
y no pensar en nada,
no como mi entorno donde no se olvida nada
y se piensa en todo.


Qué paz... Qué calma...
Qué entrañable tranquilidad me envuelve en este espacio.
Ojalá pudiera quedarme, pero no puedo...
Debo salir a la superficie.

domingo, 9 de febrero de 2014

Instinto homicida

La navaja brilló como si fuera nueva y afilada. El estilo de la hoja (con su cierta semejanza a los sables árabes de una época anterior) y el mango de madera de roble le daba un toque muy sofisticado, sutil y elegante. La verdad es que no parecía haber sido fabricado para pelar patatas precisamente. En cualquier caso, su dueño no paraba de darle vueltas entre sus dedos mientras se mantenía con la mirada perdida, pensando en sus cosas supongo.

Con decisión, tras 8 minutos y 24 segundos, guardó su arma y se levantó de su asiento. Su pelo negro azabache cubriéndole parte del rostro y su conjunto habitual para ir a trabajar (camisa blanca y pantalón de chaqueta con unos zapatos negros) le daban una imagen bastante informal e inocente. Echó a andar y salió de su oficina. Su ritmo parecía natural, pero yo pienso más bien que iba con cierta prisa, pues se le notaba bastante inquieto.

Llegó al ascensor y buscó algo (o más bien alguien, la verdad es que no lo sé) en la planta 2 del edificio, no sé exactamente el motivo. La cuestión es que, finalmente, no obtuvo un resultado esperado y volvió a dirigirse al ascensor, esta vez para ir a la planta 6.

Una vez allí, consiguió localizar un teléfono fijo. Lo tomó sin permiso y sin explicaciones, como si fuera de vital importancia. No paraba de moverse, parecía bastante nervioso. A veces se encorvaba un poco, como el que discute y se encoge por pura inercia preguntando algo que no logra comprender. Tras la conversación, colgó suavemente el teléfono (mejor dicho, lo dejó caer), como el que entra en estado de shock, se giró y se dirigió una vez más al ascensor con pasos largos y decididos. Los ojos brillaban más de lo normal, tal vez tuviera ganas de llorar. Esa llamada hubiera sido de gran utilidad.

Una de las cámaras de grabación enfocaba una habitación oscura donde no se lograba divisar bien las cosas, aunque su escasa luminosidad era suficiente como para reconocerlas. Se supone que dicha habitación era donde se guardaban las cuentas cerradas de la empresa de todos los años atrás, según nuestras fuentes. El percatarme de dicha habitación fue más que suficiente para perderle el rastro durante 3 minutos. Temía que pudiera haber salido del recinto sin que me hubiera dado cuenta, pero finalmente le encontré allí, en esa misma sala.

Una vez que volví a identificar al sujeto, sólo pude ver cómo una navaja, elegante y sutil como ella sola, acariciaba el cuello de una persona describiendo, tras de sí, un hilo de sangre que bañó de rojo la superficie de aquella habitación mientras el cuerpo se desplomaba con cierta lentitud en el suelo. Desconocemos el nombre de la persona a la que llamó este sujeto y su paradero, lo único que tenemos son estas grabaciones de seguridad y un cadáver.

Sus compañeros de trabajo confesaron que Satoshi era una persona culta y responsable, aunque llevaba una temporada comportándose de un modo extraño, lo suficiente como para captar su atención pero insuficiente como para mostrar preocupación. Lo que estaba claro es que tenía un problema con la persona a la que llamó y no encontró una salida. Bueno, sí que la encontró: el suicidio.

Tal vez la persona que buscó fuera a la que realizó aquella llamada. Tengo que investigar la planta 2 y a los empleados de dicho piso, es la única vía que poseo ahora mismo para seguir con la investigación.

Hmm...

Me pregunto cómo adquirió aquel hombre esa preciosa navaja...

viernes, 24 de enero de 2014

Las cenizas del fénix

- ¡Siguiente!

La voz de la cocinera resulta de lo más desagradable, da la sensación de que, en cualquier momento, se descontrolará y se arrimará al cuello más cercano. Inquieta bastante este panorama. Bueno... espero que aguante hasta que elija mi comida... Por ahora, la ensalada parece estar en mal estado, así que mejor tomaré los garbanzos.

- Buenas tardes, señora.
- Hola, ¿qué quieres? -respondió con brusquedad-.
- Un plato de garbanzos, por favor.

No me hace mucha gracia que manosee mi plato con sus manos sudorosas, pero es lo que hay. Espero que, al menos, no haya moscas muertas en el puchero.

- Aquí tienes.
- Muchas grac..
- ¡SIGUIENTE!

Bueno, busquemos asiento... Hmm... ¡Ah! Allí hay uno, será mejor que me apresure antes de que me lo quiten. La verdad es que no puedo quejarme mucho, este sitio es acogedor. Bueno... más o menos.

Desde que llegué a este voluntariado no he dejado de darle vueltas a todo esto. ¿Cómo sucedió? ¿Por qué tengo que pasar por esto? Lo perdí todo en aquel terremoto: mi casa, mi coche... mi familia... Debí haber arreglado esa maldita puerta que tantas veces me comentó Lorelei, de no haber sido por eso... Por lo que tengo entendido, intentaron salir por esa puerta porque era la que tenían más cerca y no les dio tiempo de salir por la puerta de atrás. Y claro, yo trabajando, como siempre, nunca tenía tiempo para reparar esa puerta y ahora por culpa de eso... Menudo imbécil... Ahora no tengo nada, ni siquiera ese trabajo que tanto tiempo me quitaba. El terremoto se apoderó del edificio también. Tsk.

Comienzo a mover la cuchara jugando con la comida. Realmente no tengo apetito, o mejor dicho, nunca suelo tenerlo, pero debo almorzar. No puedo permitir hacerme yo mismo la vida más difícil, así que empiezo a comer. No está mal, aunque la cuchara tiene restos de otras comidas y eso da un poco de grima. Al menos lo llevo mejor que cuando vine aquí... Puede que me esté acostumbrando a esto.

Tras tomar una última cucharada, recojo mi bandeja y la deposito en uno de los carritos del comedor, donde se colocan para ser transportados a otro lugar con el fin de llevar a cabo un presunto proceso de limpieza exhaustiva. Me apetece dar un paseo, creo que me vendrá bien. Además, no he salido a la calle desde que vine aquí.

Tomo mi abrigo, me lo pongo, abro la puerta y doy tres pasos al frente. La brisa fresca me invade el rostro al instante. Siento la humedad en el ambiente, por lo visto llovió hace unos días y eso ha dejado secuela. El cielo sigue encapotado.

Inicio la marcha rumbo a ninguna parte, pensando en cómo era mi vida antes de todo este derrumbamiento. Me planteo si realmente merece la pena seguir con todo esto, pues carezco de motivos para seguir aquí. Esta sensación me invita a tirarlo todo por la borda, a que me aprese el diablo para recibir mi merecido castigo por descuidar tanto la vida de los que me rodeaban... No se merecían esto...

Me detengo y tomo asiento en la acera. Lloro. Esta situación puede conmigo, no dejo de pensar en ella, en mis compañeros de trabajo, en mis momentos de mayor felicidad antes de esta catástrofe...

De repente aparece un perro junto a mí. Parece un galgo abandonado, no lleva collar y, por lo que puedo intuir, tampoco tiene chip. Le acaricio y él me corresponde con lametones en la mano. Sonrío.

Un poco más al fondo, entre la carretera y la acera, diviso un charco de agua donde se ve claramente la caída de las gotas de lluvia, las que sirven como advertencia de que caerá un buen chaparrón. La verdad es que me da igual.

Vuelvo a mirar a mi nuevo acompañante y me percato de que tiembla de frío. Me levanto, me quito el abrigo y se lo coloco encima, arropándole como puedo para cogerle en brazos y llevarle conmigo a una zona cubierta, concretamente al voluntariado que me ofrece cobijo y alimento. Si es necesario, compartirá cama y comida conmigo, no me importa. Él es como yo, un ser solitario que creyó tener una familia hasta que todo se desvaneció. Le protegeré, le cuidaré como se merece, ¿y sabéis por qué? porque no quiero que sienta y piense lo mismo que yo estuve pensando hace un rato. No está solo.

Siempre hay motivos para luchar.

Siempre hay motivos para seguir adelante.