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Suelas desgastadas, escarcha en el pelo, la maleta desgarrada y la mirada perdida. Probablemente, no encontraría una mejor definición de mi persona en estas circunstancias.
La noción del tiempo se desvanece a lo largo de este viaje, donde mi único acompañante es el eco de un grito que los tambores de guerra dejaron varios días atrás camuflados en sencillos redobles. Resulta casi imposible poder ignorar la cantidad de escombros que encuentro a mi paso, restos de una ciudad perdida, de hogares ausentes y familias destrozadas. Algún perro moribundo se revela ante mis ojos y no puedo hacer más que pedirle que me acompañe, aunque eso conlleve un mayor consumo de provisiones. ¿Quién le negaría una simple caricia a esa mirada perdida, ojos rebosantes de un amor vacío que no entiende de odio ni batallas campales?...
Probablemente, los mismos que dejaron a este pequeño sin familia.
Y es que el daño realmente se vive mucho más en la moral de los que aún seguimos aquí, luchando por salir del agujero, intentando amueblar de nuevo nuestra mente mientras permanecemos perdidos en la nebulosa depresiva, caminando a ciegas en un laberinto del que desconocemos su salida (si es que realmente la tiene). Es de vital importancia que seamos constantes y luchemos por seguir caminando, pues todo esfuerzo conlleva una recompensa ya sea a corto o largo plazo.
En fin, por ahora toca seguir caminando. Llegado el momento, espero encontrar lo que necesito para volver con mi familia y olvidar toda esta pesadilla. Y por qué no, este perro vendrá conmigo si tanto insiste.
Supongo que Leo será un buen nombre para él.