viernes, 24 de enero de 2014

Las cenizas del fénix

- ¡Siguiente!

La voz de la cocinera resulta de lo más desagradable, da la sensación de que, en cualquier momento, se descontrolará y se arrimará al cuello más cercano. Inquieta bastante este panorama. Bueno... espero que aguante hasta que elija mi comida... Por ahora, la ensalada parece estar en mal estado, así que mejor tomaré los garbanzos.

- Buenas tardes, señora.
- Hola, ¿qué quieres? -respondió con brusquedad-.
- Un plato de garbanzos, por favor.

No me hace mucha gracia que manosee mi plato con sus manos sudorosas, pero es lo que hay. Espero que, al menos, no haya moscas muertas en el puchero.

- Aquí tienes.
- Muchas grac..
- ¡SIGUIENTE!

Bueno, busquemos asiento... Hmm... ¡Ah! Allí hay uno, será mejor que me apresure antes de que me lo quiten. La verdad es que no puedo quejarme mucho, este sitio es acogedor. Bueno... más o menos.

Desde que llegué a este voluntariado no he dejado de darle vueltas a todo esto. ¿Cómo sucedió? ¿Por qué tengo que pasar por esto? Lo perdí todo en aquel terremoto: mi casa, mi coche... mi familia... Debí haber arreglado esa maldita puerta que tantas veces me comentó Lorelei, de no haber sido por eso... Por lo que tengo entendido, intentaron salir por esa puerta porque era la que tenían más cerca y no les dio tiempo de salir por la puerta de atrás. Y claro, yo trabajando, como siempre, nunca tenía tiempo para reparar esa puerta y ahora por culpa de eso... Menudo imbécil... Ahora no tengo nada, ni siquiera ese trabajo que tanto tiempo me quitaba. El terremoto se apoderó del edificio también. Tsk.

Comienzo a mover la cuchara jugando con la comida. Realmente no tengo apetito, o mejor dicho, nunca suelo tenerlo, pero debo almorzar. No puedo permitir hacerme yo mismo la vida más difícil, así que empiezo a comer. No está mal, aunque la cuchara tiene restos de otras comidas y eso da un poco de grima. Al menos lo llevo mejor que cuando vine aquí... Puede que me esté acostumbrando a esto.

Tras tomar una última cucharada, recojo mi bandeja y la deposito en uno de los carritos del comedor, donde se colocan para ser transportados a otro lugar con el fin de llevar a cabo un presunto proceso de limpieza exhaustiva. Me apetece dar un paseo, creo que me vendrá bien. Además, no he salido a la calle desde que vine aquí.

Tomo mi abrigo, me lo pongo, abro la puerta y doy tres pasos al frente. La brisa fresca me invade el rostro al instante. Siento la humedad en el ambiente, por lo visto llovió hace unos días y eso ha dejado secuela. El cielo sigue encapotado.

Inicio la marcha rumbo a ninguna parte, pensando en cómo era mi vida antes de todo este derrumbamiento. Me planteo si realmente merece la pena seguir con todo esto, pues carezco de motivos para seguir aquí. Esta sensación me invita a tirarlo todo por la borda, a que me aprese el diablo para recibir mi merecido castigo por descuidar tanto la vida de los que me rodeaban... No se merecían esto...

Me detengo y tomo asiento en la acera. Lloro. Esta situación puede conmigo, no dejo de pensar en ella, en mis compañeros de trabajo, en mis momentos de mayor felicidad antes de esta catástrofe...

De repente aparece un perro junto a mí. Parece un galgo abandonado, no lleva collar y, por lo que puedo intuir, tampoco tiene chip. Le acaricio y él me corresponde con lametones en la mano. Sonrío.

Un poco más al fondo, entre la carretera y la acera, diviso un charco de agua donde se ve claramente la caída de las gotas de lluvia, las que sirven como advertencia de que caerá un buen chaparrón. La verdad es que me da igual.

Vuelvo a mirar a mi nuevo acompañante y me percato de que tiembla de frío. Me levanto, me quito el abrigo y se lo coloco encima, arropándole como puedo para cogerle en brazos y llevarle conmigo a una zona cubierta, concretamente al voluntariado que me ofrece cobijo y alimento. Si es necesario, compartirá cama y comida conmigo, no me importa. Él es como yo, un ser solitario que creyó tener una familia hasta que todo se desvaneció. Le protegeré, le cuidaré como se merece, ¿y sabéis por qué? porque no quiero que sienta y piense lo mismo que yo estuve pensando hace un rato. No está solo.

Siempre hay motivos para luchar.

Siempre hay motivos para seguir adelante.

2 comentarios:

Toñi dijo...

Primero me gustan las patatasssss y si eres tú MAS. Me encanta el sentimiento que pones en tus escritos se nota que te sale de dentro, de lo que ralmente sientes en ese momento. Un beso muy grande para alguien que es grande.

Pipipi 7 dijo...

que importante es el mimo al alma cuando uno se siente en soledad