jueves, 16 de julio de 2015

Monólogo de un sabio anciano

¿Qué te ocurre, hijo? ¿Tienes frío?
¿O más bien... estás triste?
Aquí hay demasiada humedad, seguro que el rocío invade cada parte de tu alma dejando restos de escarcha en los rincones más insospechados de tu cuerpo.
Y yo te pregunto... ¿por qué, hijo mío?
¿Por qué existe tal cavidad en tu interior? ¿No deberías rellenarlo con algo? Así conseguirías entrar en calor más fácilmente.
Mmm...
Puedo ver en tus ojos que no es la primera vez que lo intentas, ¿me equivoco?
Y tu mirada me dice que tu corazón ha dejado de brillar. ¿Cómo es eso posible?
¿Puedo echar un vistazo?
...
Mmm... Vaya...
Tu corazón parece que se apagó hace mucho tiempo. Es más, la bombilla que iluminaba tu día a día está fundida.
Y dime, hijo, ¿cuándo piensas cambiar de bombilla?
Vives aferrado a un material desechable y recambiable como lo haría un niño pequeño con su peluche.
Entiendo que no quieras deshacerte de lo único que queda de aquel calor tan confortable radiado en su día, pero... ¿sabías que existen miles de bombillas iguales que esa, pero plenamente operativas?
No es necesario renunciar al tipo de bombilla, ni a la marca ni al tamaño ni a la potencia disipada por el mismo, simplemente te invito a que la renueves. Así al menos conseguirás ver las cosas desde otro punto de vista.
No pierdes nada por intentarlo. Toma algo de dinero, te invito por esta vez. Ni se te ocurra malgastarlo.
Confío en que saldrás de ésta.
Cuídate mucho, hijo.

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