martes, 3 de enero de 2012

Espejos

Arthur proseguía con su vida cotidiana como cualquier día. Para variar, hoy le tocaba limpiar y recoger un poco la casa, así que comenzó a quitar el polvo de las estanterías con ayuda de un trapo y posteriormente a barrer con la escoba. Mientras barría, se percató de algo que se encontraba debajo de su cama, no sabía muy bien el qué, aunque parecía una pelusa, así que extendió el brazo hasta alcanzarlo. Incluso en su mano, no tenía ni idea de qué podía ser. Una vez que consiguió tenerlo entre sus manos, lo observó con detenimiento. No sabía muy bien lo que era, era rojo, pequeño, inofensivo... Tenía un atractivo muy particular, algo que llamaba por completo la atención de Arthur, de modo que decidió colocarlo en su mesa mientras seguía barriendo. Para su sorpresa, esa cosa comenzó a moverse acercándose a nuestro protagonista con interés, Arthur se asustó.
- Hola. -comentó esa cosa rojiza con inseguridad.
- ¿¡Hola!? -dijo Arthur sorprendido.
- No te asustes por favor.
- ¿Qué eres?
- No lo sé, ¿qué soy?
Arthur recapacitó.
- Imagino que no te habrás visto nunca en un espejo y por tanto no sabrás lo que eres. ¿Cómo es que estás aquí?
- Busco un lugar donde poder hospedarme.
- ¿Y por qué en esta casa?
- Lo he intentado en otros lugares, pero siempre me tratan mal... Hasta ahora.
- ¿Hasta ahora? -preguntó Arthur extrañado.
- Sí, has sido el único que me ha tratado con delicadeza y no ha optado por utilizarme como un juguete por el que poder divertirte, y te doy las gracias por ello. -respondió, sonriendo.
Arthur recapacitó -Mmmm... está bien, puedes quedarte. ¿Tienes nombre?
- No... siempre prescindí de uno.

No tenía ni idea de lo que era, pero creyó que sería agradable su compañía, así que decidió quedársela. Tenía muchas cosas en la cabeza, así que no se lo pensó dos veces. La llamaría Pelusa Roja.
Pasó el tiempo, y Arthur y Pelusa Roja cada vez se sentían más unidos. Es extraño tener un amigo (o amiga) así, pero era agradable. Él notaba cómo, por poco que hiciese, Pelusa Roja lo veía como una gran persona. Daba la sensación de que ella realmente no hubiera tenido muy buena suerte con otras personas que la tiraban directamente o jugaban con ella hasta que se aburrían y se deshacían de ella. Arthur vio en ella algo especial.
Se querían.
Fueron muchas las tardes que estuvieron juntos, incluso en vacaciones Arthur decidió llevársela consigo aunque sólo fueran unos días los que se ausentase. Todo iba de maravilla.
Pero notó con el paso del tiempo que ya no era lo mismo. Algo había sucedido entre ellos, pues ella se mostraba desganada, ausente. Se había perdido esa magia que disfrutaban en su día como críos. Arthur se temió lo peor, pensaba que ella se habría cansado de él, de su única compañía, del que le dio cobijo, de su amigo...
Arthur estaba enamorado de ella, pero no le importaba, le encantaba su forma de ser, de ver las cosas, su forma de tratar a nuestro protagonista. Y notaba que la estaba perdiendo.
Pasó noches en vela, con miedo de que un día Pelusa Roja abandonase su hogar y, por tanto, a Arthur. No le extrañaba, aún así, de que hubiera llegado ese momento, pues todos necesitamos nuestro espacio vital, aire para respirar, algo de libertad fuera de la monotonía. Y llevaban sin separarse mucho tiempo.
Había aprendido la lección, estaba completamente seguro de que, eso que le sucedió sin darse cuenta siquiera, no volvería a ocurrir, o al menos lo intentaría en la medida de lo posible.
Una noche, hablaron sobre el asunto, y efectivamente, ella no echaba en falta a su acompañante, pero lo quería igualmente, le aseguró que no quería deshacerse de él. Era extraño. Así que decidieron darse unos días a solas, cada uno haciendo lo que quisiera sin necesidad de permanecer junto al otro. Arthur estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por solucionarlo, aunque debido a su inseguridad no sería la primera vez que permanece despierto gran parte de la noche o entristecido.
Hasta que llegó el día. Por fin se juntarían de nuevo, comprobarían si realmente ella se cansó de él o si podrían permanecer juntos un tiempo más.
Transcurrió un día normal, agradable dentro de lo que cabe, hasta que Arthur decidió romper el hielo con temor.
- Oye... ¿crees que esto ha mejorado? ¿has notado un cambio estos días?
- La verdad es que no...
Arthur se sintió petrificado, como si fuera una estatua resquebrajada, lo que tanto temía estaba sucediendo. Pelusa Roja continuó.
- ... la verdad es que creo que debería buscar otro alojamiento. Lo siento mucho, yo te quiero, pero creo que esto no nos está haciendo ningún bien.
Arthur no podía creer lo que estaba sucediendo. Quiso darse un tortazo en la cara para despertar de esa horrible pesadilla. No lo dudó dos veces.
¡CLAP!
Bingo, era una pesadilla.
Se sintió más aliviado que nunca. Todavía no había terminado el plazo para comprobar qué sucedería. Y sintió pánico al saber que cualquier cosa era posible.
Pero él la observó.
Sonrió.
Confiaba en ella.
Sabía que hiciera lo que hiciese sería lo mejor para ambos, aunque él deseaba no perderla jamás.
Ahora, tan sólo queda esperar y comprobar qué sucederá.

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