viernes, 15 de junio de 2012

Un río que fluye

Llueve. Es una lluvia constante, pero tampoco es la correspondiente a una tormenta. Los pájaros se atreven a piar aún sin la compañía del sol. Yo sonrío. Me alegra ver cómo los pájaros siguen como siempre aunque tengan que estar refugiados en un árbol o en cualquier hueco en su nido. Es como si respiraran positivismo aún en días malos como éste. Me gusta ver que unos animalitos tan pequeños sean capaces de tomar esa actitud. Demuestran ser más fuertes que yo.
Cuando algo no me va bien y coincide con un día de lluvia, suelo sumirme en la tristeza, en la nostalgia, en la melancolía... y mucho más ahora que suena de fondo las notas a piano de Yiruma.
Duele.
No es agradable esta sensación, saber que todo acabó y que lo más probable es que nunca vuelva a comenzar de cero.
Nunca había querido tanto a una persona. Y sin duda, lo más frustrante de todo es que si las cosas hubieran sido diferentes, porque pudo haberlo sido, ahora mismo no estaríamos así...
Vuelvo a llorar una vez más.
Parece que nunca me acostumbraré a no tenerte cerca.
Me odio.
Odio tener que ser así, tan insistente, cansino, agobiante, tan esperanzador... Joder, veo esperanza donde no las hay, y eso sólo me anima a seguir creyendo que algún día todo volverá a ser como antes.
Aunque sé perfectamente que la pregunta que debería hacerme sería si algún día lograré sacarte de mi mente.
Han pasado 3 semanas desde que sucedió. No es mucho tiempo, supongo que es normal que todavía me sienta así. Pero madre mía, no pondré en duda que nadie consiguió hacerme tan feliz. Tal vez por eso duela especialmente más su pérdida que las otras.
Yo por mi parte procuro dejarme llevar por mi instinto. Si me apetece irme por ahí solo, lo hago, si me apetece saludarla una vez más, lo hago. ¿Para hacerme daño? No, ese no es el objetivo. Simplemente hago lo que mi cuerpo me pide. Prefiero dejarme llevar, porque el no reprimir esas ganas de hacer cualquier cosa me ayuda a ser un poco más... feliz, o al menos me ayuda a que todo sea mucho más llevadero.
El tiempo nos pondrá a cada uno en su lugar.
No creo que la opción correcta sea limitar caminos para el futuro por algo que se vivió en el pasado.
Sé que no podrá ser, pero la idea de que, al final, todo irá bien me reconforta en cierto modo.
Soy demasiado soñador, qué le puedo hacer.
Me gusta pensar que el río que me lleva en esta balsa acabará juntándose con el mismo riachuelo del que se separó antes de que llegue al mar. Pero en fin. ¿Quién sabe lo que puede pasar?
Por ahora, los pájaros siguen piando. Me pregunto si en algún momento se cansarán de hacerlo.
Los admiro.

2 comentarios:

María (LadyLuna) dijo...

Cuando un río se divide en dos al caer de la montaña, aunque vuelvan a unirse más abajo no llevan el mismo agua. Ya es diferente. Es más el recuerdo de la nieve de arriba, que la realidad, lo que hace esperar esa unión.
Por eso el río sigue bajando, porque debe seguir adelante, el curso de su vida, hasta llegar al mar y hacerse grande.
Si no dejas de mirar atrás, te vas a comer una farola y te vas a hacer más daño. Así que mira hacia delante, con el curso de tu vida, como ese río que empezó pequeño, triste, pero se hizo grande porque siguió adelante.
Un besito.

Anónimo dijo...

Cada tropezón que nos pegamos nos duele, algunos más que otros, pero todos duelen. De cada caida se aprende y hace que con el tiempo aprendas a esquivarlos, no todos, pero si algunos. Es ley de vida, es una mochila con la que todos cargamos y lo que nunca podemos permitir es que nos supere y nos quedemos postrados en el suelo. Paco, tú tienes a muchas personas dandote la mano para ayudarte a levantarte una y otra vez, no lo olvides. Un beso